Relevancia De La Fe Cristiana En La Vida Día Tras Día

Relevancia De La Fe Cristiana En La Vida Día Tras Día

Si bien el alma puede continuar en la sangre vertida (Ap. 6.9; Gn. 4.10), o en forma corporativa en el nombre o los descendientes de la persona, “vida” y “yo” tienen un paralelismo tan ajustado que perder la vida significa virtualmente perder el propio (Pedersen, pp. 151ss; Job 2.4; Ez. 18). La vida es “todo cuanto se desplaza” (Gn. 7.21s; Sal. 69.34; cf. Hch. 17.28), por contraste con el estado latente o inerte de la no vida (cf. Ro. 7.8; Stg. 2.17, 20). El agua que corre es “agua viva”, esto es que tiene “vida” (Gn. 26.19), y el alumbramiento rápido indica el “grado de vida” de la madre (Ex-. 1.19). La frecuente forma plural del término pone de manifiesto la intensidad del criterio. Se relaciona la vida con la luz, la alegría, la plenitud, el orden y el desplegar actividad (Sal. 27.1; Job 33.25ss; Pr. 3.16; Gn. 1) y se la contrasta con las tinieblas, el mal, el vacío, el caos y el silencio que son propios de la desaparición y lo inanimado (Ec. 11.8; Sal. 115.17).

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De este modo­, el aborto generalmente no es un pecado tan grave como el homicidio. Por eso, el derecho civil mismo concede generalmente a la v. nacida una protección legal más cualificada que a la no nacida. No obstante, la renuncia del Estado a perseguir penalmente la desaparición arbitraria de una v. en germen, apenas puede justificarse ni a la luz del derecho polí­tico, ni a la de la moral. Serí­a, sin embargo, equivocado sacar de ahí­ secuelas prácticas para una ampliación de la legimitad del aborto en ciertos casos (cf. CIC cánido. 2350 § 1). Por razón de la absoluta defensa que merece la persona humana, deberí­a ser en efecto prácticamente cierto que en el feto no se trata de un individuo humana cuando no se le conceden ya todos los derechos a la integridad personal. En otro caso la muerte dada a un feto implicarí­a la predisposición a sacrificar, en ciertas circunstancias, la v. de un individuo a valores no necesarios para la v. Ahora bien, en modo alguno poseemos la certeza de que en el feto no tiene que ver con una persona humana en el instante de la fecundación.

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De esta manera, podemos equiparar el alma con la carne (Sal. 63.1; cf. Mt. 6.25; Hch. 2.31), la vida (Job 33.28) o el espíritu (Sal. 77.2s; cf. Lc. 1.46s), y considerar que todos los términos equivalen al ego o al “yo”. Morir es exhalar el alma, y rememorar es cuando el alma regresa (Jer. 15.9; 1 R. 17.21; cf. Hch. 20.diez); o, como está en la sangre, se “derrama” en el momento de la desaparición (Lv. 17.11; Lm. 2.12; Is. 53.12).

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El hombre recibe la vida en préstamo por intención de Dios; y la auténtica vida consiste, no en la vida transitoria y aun próspera de los malvados, sino más bien en tener a Dios como “mi porción para toda la vida” (Sal. 73.17, 26). Nuestra vida está asegurada si está “relacionada en el haz de los que viven enfrente de Jehová” (1 S. 25.29). La fórmula común de los juramentos, “vive Jehová” (cf. Nm. 14.21, 28; 1 S. 14.39), resalta dado que Dios es el Dios que habla y actúa porque es “el Dios vivo”. Esta cualidad distingue a Yahvéh de todos y cada uno de los ídolos, y testimonia no solamente su propia vitalidad, sino también su poder creativo y su actividad providencial (Jos. 3.10; Jer. 10.diez; Is. 46.5ss). Él es la fuente y el sostén de la vida, el manantial de agua viva Jer. 36.9s), que da su aliento al hombre, y que al liberarlo del Seol lo transporta por la senda de la vida (Gn. 2.7; Sal. 16.11; Pr. 5.6).

La reflexión racional semeja sugerir en estos casos que tiene sentido y está al servicio de la v. matar una v. condenada inmediata e ineludiblemente a la muerte, cuando, según previsión humana, esa v. no puede ser ya base de una existencia digna, a fin de socorrer otra v. que de este modo­, y sólo de esta manera­, puede todaví­a conservarse. Por otro lado, semeja que de esta manera se arroga el hombre la resolución sobre v. y muerte. En cualquier caso, el acto de matar una v. sólo está justificado en la medida en que se ponga al servicio del desarrollo máximo de la v. y, al tiempo, no conserve arbitrariamente una v. a costa de otra. Si tal es la situacion en la craneotomí­a y en ciertos trasplantes de órganos, es punto que apenas puede responderse finalmente. No obstante, de esta argumentación no puede deducirse el deber de matar a atacante injusto antes que dejarse matar por él, por el hecho de que el cariño bien ordenado no necesita elegir nuestra v. a la v. del otro. Más bien invita, siguiendo el ejemplo de Cristo, a dar nuestra v. antes que quitársela al otro (Jn 15, 13; cf. Mt 16, 25; Jn 12, 25).

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Aun en el momento en que se le llame vida, “esta vida” se contrasta con la vida verdadera (1 Co. 15.19; 1 Ti. 6.19), y únicamente tiene significado en relación con la vida de la era venidera (Gá. 2.20; Fil. 1.22; 1 Ti. 4.8). Tal es el nivel en que el hombre depende de Dios para la vida, que puede nombrarse al hálito o espíritu del hombre hálito de Dios y espíritu de Dios (Job 27.3s; 33.4; Gn. 6.3; Is. 42.5). Dios dio el maná en el desierto a fin de gloriaoracion.com que Israel pudiera aprender que aun la vida física depende de “todo lo que sale de la boca de Jehová” (Dt. 8.3; cf. Mt. 4.4; Lc. 12.15, 20). Dios da aliento y el hombre vive (Gn. 2.7; cf. Ap. 11.11); si Dios “recogiese … su espíritu y su aliento, toda carne perecería juntamente, el hombre volvería al polvo” (Job 34.14s; cf. Ec. 12.7; Sal. 90.3; 104.29s).

Por eso, incluso una guerra protectora se torna injusta en caso de que, la defensa de los derechos a la v. por parte de los atacados, no esté en proporción con el aniquilamiento de vidas producido por la guerra. Por exactamente la misma razón es conveniente la resistencia pasiva a la revolución beligerante 3l0g.com, que no obstante, va a ser lí­cita en el momento en que por ella logre evadirse un terror más grande. De lo dicho se desprende igualmente que no está justificada la pena capital como castigo regular.

Pero sin duda queda de pie el derecho de elegir la propia v. a la v. del atacante injusto. Ahora bien, ya es problemático si se puede permitir la desaparición de un hombre inocente en el momento en que serí­a viable impedirla por la muerte del agresor injusto. Pero, en otras ocasiones, una prolongación artificial que solo puede conseguirse a costa de la necesaria atención a los demás hombres, no será aconsejable si éstos precisan urgentemente de asistencia. La misión no es un deber que se añade siendo cristiano; no es solo una vocación especial, sino que es otra cara de la unión total con Dios, en la que radica la esencia misma de la vida. Jesús llama a sí­ a los discí­pulos †œa fin de que reluzca su luz enfrente de los hombres, y estos, observando sus proyectos buenas, glorifiquen al Padre que está en los cielos† .

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Dios es el Dios que da vida y que mata (Gn. 6.17; Dt. 32.39; Jue. 13.3, 23; 1 S. 2.6; 2 R. 5.7). Liberarse de una patología, de un enemigo o del mal es librarse de la muerte, mientras que estar enfermo o apenado es estar en el Seol (Nm. 21.8s; Jos. 5.8; Sal. 30.2s; cf. Sal. 71.20; 86.13). No es que sean equivalentes a la desaparición, sino que todo cuanto amenaza la vida se considera como una invasión de la muerte sobre el alma. Por ello, Adán y Eva “fallecieron” en el momento en que desobedecieron (Gn. 2.17); Abimelec, que disgustó a Dios, es “hombre muerto” (Gn. 20.3); y Jonás (2.2) en el vientre del pez se encuentra en el Seol. Podemos vernos en esta visión en el momento en que nos encontramos bajo amenaza de muerte (cf. Lc. 9.60). El hombre recibe la vida como unidad psicosomática en la que “no hay nuestras distinciones entre vida física, intelectual y espiritual” (von Allmen, pp. 231s); podemos comprender el concepto veterotestamentario del hombre como “cuerpo animado” (Robinson, pp. 27).

  • Jesucristo es el dador de toda vida, material y espiritual (Jn 1,3-4), ya que es el Dios verdadero, la vida eterna , y vino para que todos tengan vida abundante .
  • Dios es el origen de la vida y tiene sobre algún vida un poder omní­modo (Sal 36,10; 1 Sam 2,6; Sab 16,13).

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